La esperada actuación de la diva estadounidense fue el eje de una jornada en la que también destacaron los conciertos de Troye Sivan, Disclosure, Arca y la revelación de The Last Dinner Party
La del viernes en Primavera Sound Barcelona 2024 fue una jornada escrita en buena medida por las historias de ellas. Las de Ethel Cain, susurradas entre visillos góticos y cuyo anhelo adolescente de grandes espacios se cumplió en un Escenario Santander atravesado por el fervor y reivindicaciones en solidaridad con Palestina. Las de Chelsea Wolfe, que en la penumbra del Auditori Rockdelux se consagró como voz que nos devuelve la mirada desde un abismo de electricidad azabache. Las de Mushkaa, que se estrenó en el festival actuando en el escenario Plenitude, ubicado en el mismo lugar donde también debutó su hermana Bad Gyal en 2018. Las de Arca, convertida desde hace tiempo en nuestra performer preferida. O las de The Last Dinner Party, que parecen surgidas de un cruce entre los sueños de Sofia Coppola y los de Kathleen Hanna, reivindican el miriñaque como outfit para salir a matar y que cantan al deseo femenino y al placer que no se siente como pecado. La imagen del público coreando su nombre en el escenario Cupra lo decía todo: son la banda revelación de la temporada.
Todos estos relatos conducían inevitablemente al concierto de Lana del Rey, quizá el más esperado (¡ansiado!) de esta edición del festival. El escenario Estrella Damm convertido en un jardín sureño, coristas impecables, un cuerpo de baile y, en el centro, ella, la mujer que antaño respondía al nombre de Lizzy Grant y que hoy escribe su propia leyenda, como un personaje de Francis Scott Fitzgerald o de Carson McCullers que hubiera escapado de las páginas para ver el mundo y mirarse en un espejo que devuelve los reflejos de Joni Mitchell, Dolly Parton (¡ese peinado!) y Priscilla Presley. De Without You a Young & Beautiful, de Summertime Sadness a Bartender, de Born to Die a Video Games, entre mecedoras y coreografías cenitales a lo Busby Berkeley, la suya es una nueva edición del gran cancionero estadounidense, envuelta en un misterio fascinante: ¿Cómo es posible que una artista apegada a las maneras vintage se haya convertido en un referente vital para las generaciones de Tumblr y TikTok? Quizá porque nació como estrella. Como clásico.
Lejos de consumirse en el fuego de Lana del Rey, el día ofreció muchos otros instantes excepcionales. Como la oportunidad de ver (¡por fin!) a Jai Paul, que tras años de misterio internáticos y hits amagados en versiones nunca definitivas, se ha descubierto a sí mismo como una presencia carismática en el escenario, rodeado de una banda que da músculo a lo que hasta hace unos meses eran solo ensoñaciones digitales de R&B. O la alquimia bailable de Disclosure, confirmados como paradigma de la electrónica masiva. O la nueva cita con el rock adulto de The National que, enamorados perdidamente del festival y de Barcelona, manifestaron su deseo de instalarse aquí y seguir tocando eternamente. O, muy especialmente, el orgulloso show de Troye Sivan, puro chute de sexualidad queer y pop-house para todos los públicos.
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